Brujas 2.0
Lejos de hogueras y oscurantismos reaccionarios, hoy las brujas abrazan causas como la igualdad
de género y el equilibrio ambiental.
Las brujas malvadas y sedientas de poder que mostraba Disney reforzaron el arquetipo inquisidor del rostro femenino del mal. Más real y trágico, el ocultismo de personajes cómo José López Rega y Heinrich Himmler, líder de las SS nazis, consolidaron la figura del oscuro brujo racista. Hoy, en cambio, muchas “nuevas brujas” y sacerdotisas neopaganas militan en un ambientalismo activo, luchan por los derechos de género o defienden con fervor la libertad de pensamiento.de género y el equilibrio ambiental.
La figura de la bruja mala, demonizada, juzgada y casi exterminada durante la cacería en Europa que se prolongó sobre todo entre 1430 y 1630, empezó a cambiar hace dos siglos. Así, nuevas religiones como la wicca, ya reconocida legalmente en Estados Unidos, o el culto a la Diosa, abrevan en creencias ancestrales. Y sus cultores se presentan como herederos o continuadores de las víctimas de la represión renacentista.
“Los mitos más antiguos de creación se originan en energía femenina, hablan de un gran útero, de la Madre Tierra”, cuenta Sandra Román, una argentina que se inició en Glastonbury, Inglaterra, como “sacerdotisa de la Diosa”, según mitos célticos.
El camino que llevó a la figura de las brujas desde la hoguera al activismo actual fue complejo. El Antiguo Testamento ordena: “A la hechicera no dejarás que viva”, en Éxodo 22, 18. Con la difusión del cristianismo, la brujería se volvió la contracara de una religión erigida como única dueña de la verdad. En ella confluyeron prácticas prohibidas, aunque sólo fueran saberes tradicionales pasados de madres a hijas. Santo Tomás de Aquino postuló que ya no eran pecadoras incultas que repetían supersticiones paganas, sino “agentes activas del Diablo robando el Saber Divino”.
El antropólogo estadounidense Marvin Harris sostiene en su obra “Vacas, cerdos, brujas. Los enigmas de la cultura” que las revueltas mesiánicas que jaqueaban a Roma en la Baja Edad Media y luego la Peste Negra del siglo XIV vinieron como anillo al dedo del poder papal para activar la Inquisición que persiguió a las brujas europeas. Se trataba casi siempre de mujeres solteras, ancianas o viudas, campesinas, curanderas de aldea. Las supersticiones las acusaban de invocar los espíritus de la enfermedad y las tragedias en sus Sabaths.
En 1486, los frailes Jakob Sprenger y Heinrich Kramer editaron “El Martillo de las Brujas”, un manual para cazar brujas. La crisis de la Iglesia y la Reforma protestante harían el resto. Hasta el siglo XVIII, las brujas arderían en la hoguera.
El siglo XIX las relegó a un papel más bien folk. Aún eran las malas de los cuentos, pero ya se las veía como damas más grotescas que temibles. El romanticismo, en cambio, exacerbó su figura en el marco de recuperación de lo ancestral y lo pagano. Para Fabián Campagne, doctor en Historia de la UBA y autor de “Strix hispánica. Demonología cristiana y cultura folklórica en la España moderna” (Prometeo, 2009), desde hace casi dos siglos se viene discutiendo si hubo algún fenómeno real detrás de la caza de brujas, que los magistrados renacentistas pudieran haber confundido con una conspiración diabólica. “Algunos historiadores sostuvieron, con poca base documental, que la mayoría de aquellas brujas perseguidas eran curanderas rurales, y que la persecución fue hija del proceso de medicalización. Otros afirmaron que en la Europa del Renacimiento persistían áreas de débil cristianización, y que la represión buscaba aculturar forzosamente a la masa campesina. Y hubo una historiadora británica, Margaret Murray, que en la década de 1920 postuló que en la Europa del Renacimiento sobrevivía un antiguo culto a la fertilidad prehistórico, cuyos seguidores fueron confundidos con adoradores del Demonio por los jueces”, agrega Campagne.
La wicca es una fe creada tras la Segunda Guerra Mundial por Gerald Gardner, un jubilado inglés, amigo del ocultista Aleister Crowley. Gardner decía que era una religión matriarcal transmitida desde la prehistoria por mujeres europeas. Campagne, en cambio, niega la filiación entre la caza de brujas temprano-moderna y las brujas neopaganas del presente. “Los movimientos del tipo wicca necesitaron inventarse una tradición para otorgar a su nuevo movimiento una densidad y profundidad temporal de la que en realidad carece”, afirma.
Fire Walkirja, una practicante de la wicca en la Argentina, acepta que Gardner inventó la religión basándose en libros de magia. Sin embargo, pide que al hablar de las brujas se quite “esa pátina peyorativa que les dio el cristianismo y aún está vigente”. Fire, quien usa ese apodo para no mezclar su actividad mágica con su trabajo como diseñadora gráfica, explica que la wicca, como culto neopagano, toma divinidades y rituales propios de tiempos precristianos, basados en la fertilidad de la tierra o deidades de la naturaleza. “Son creencias etiquetadas como brujería, pero que no tienen nada que ver con el culto diabólico; es decir, con el cristianismo”, advierte.
Fire sostiene que la magia es un medio de superación personal y se distingue de las “brujas mediáticas”, como las define. Dice que la wicca prohíbe hacer magia sobre otra persona sin su permiso, así como los “amarres de amor” que se ofrecen en los avisos clasificados. Fire también es muy crítica con varios libros fundacionales de su fe (“las religiones paganas no tienen Biblia, no tienen dogma”, aclara) así como de la religión asatrú, un culto autóctono islandés que también practica, en el que hubo grupos que derivaron hacia teorías racistas.
A principios de la década del ‘90, Fire viajó a California, en pos de saberes mágicos. Allí se había desprendido una rama de la wicca: la del culto a la Diosa o la brujería feminista. Una de las pioneras de esta creencia fue Miriam Simos, una escritora estadounidense apodada Starhawk que imprimió al movimiento un activismo altermundista, no violento y ecologista.
En la Argentina, la fallecida Ethel Morgan fue pionera del culto. Para las adoradoras de la Diosa, la religión judeocristiana sería sólo un rostro más del poder patriarcal. En lugar de este modelo religioso, proponen la “tealogía” (por la diosa griega Thea, hija de la Diosa Creadora) para recuperar el “arquetipo sagrado de la mujer”, no como costilla, sino como parte activa de la fe.
Myriam Wigutov, bruja feminista, instructora de yoga y teatrista integra el Circulo Visionario de Brujas y practica la espiritualidad de la Diosa, en base a muchos de los conceptos desarrollados por Morgan: “Soy una bruja – se reconoce- porque cultivo la relación con la energía femenina sagrada. Trabajo actualizando el arquetipo de la gran diosa que transmito a otras mujeres y tejiendo relaciones de hermanad y cooperación femeniles; esto, además de ser un hecho espiritual, también es un acto político. Proponemos ser sujetos de nuestra propia ciencia: indagar lo femenino desde la mirada femenina”.
Sandra Román, quien fundó un Templo de la Diosa en Capilla del Monte, Córdoba, y se moviliza para frenar explotaciones mineras a cielo abierto, advierte que el poder patriarcal tiene que ver con la pérdida de la energía espiritual femenina: “Una Margaret Thatcher es patriarcal, pero Mahatma Gandhi es la Diosa, claramente”, dice. Y agrega que “sacando la pirotecnia de Hollywood”, la cosmovisión del culto de la Diosa tiene analogías con los na’vi de la película “Avatar”: “Los hombres son protectores y las mujeres, chamanas. Tienen un enlace espiritual muy fuerte con todos los seres vivos y con la Diosa. No sólo defienden sus creencias, sino también un equilibrio ambiental”, explica.
Para las adoradoras de la Diosa, la sangre menstrual, demonizada en el cristianismo, tiene un rol sagrado. Wigutov, junto a otra bruja feminista e investigadora de la Diosa, Analía Bernardo imparte el taller “La sangre femenina” para ayudar a “recuperar el ciclo femenino como la identidad de género más genuina, un micro ecosistema conectado a la Pachamama del cielo, la tierra y las profundidades. La menstruación es la única sangre del planeta no cruenta”, grafica Wigutov.
El vínculo entre derechos de las mujeres y espiritualidad que entreteje la visión de Wigutov le abrió las puertas a ámbitos del feminismo académico. Su taller fue dictado en dos oportunidades en el Instituto Hannah Arendt, fundado y dirigido por la líder de la Coalición Cívica Elisa Carrió.
“Así como hay feministas que trabajan en la marcha, en el sindicato o en la universidad, estamos las feministas que trabajamos en la espiritualidad, en el mundo interno de las mujeres interesadas en disolver la adicción al patriarcado”, advierte Wigutov. Lo hace porque asegura que muchas militantes de género no aceptan que haya brujas luchando por sus derechos como mujeres. Pero que las hay, las hay.